Thursday, July 05, 2007

La teoría de los “2 modelos de país”:
qué nos conviene más, o a quienes.

El presente análisis –cabe aclararlo- no se basa
sobre una posición contraria a las actividades
de la industria, sino que tiende a encuadrarlas
dentro de las idénticas reglas que gobiernan las
prácticas de sectores comerciales y de servicios,
que tan menoscabadas están, tanto por políticos
progresistas como por industriales nacionalistas.

1. Introducción.

La palabra modelo tiene varios significados, uno de ellos es “persona o cosa digna de ser imitada”, al que parece referirse Cristina F. de Kichner cuando habla de “dos modelos de país”. En la socio-economía argentina, se han instalado dos posiciones antagónicas: una, la que suele denominarse “productivista” o también “neo-desarrollista” –defendida por una parte considerable de dirigentes industriales proteccionistas o por los políticos partidarios del nacionalismo económico, y apoyada por una buena parte de la población y por el sector que, en lenguaje marxista, se llama “burguesía nacional”-; y otra, minoritaria por ahora, enrolada dentro de la economía de mercado o del -mal llamado, a nuestro juicio- “neoliberalismo”.

A lo largo del siglo XX se aplicaron en Argentina ambas políticas, con mayor o menor grado de ortodoxia, según el contexto en cada momento. En la primera mitad del siglo, el pensamiento liberal impulsó medidas proclives a la libertad de comercio, mientras que en la segunda, primó la intervención estatal de la economía, excediendo las tareas propias de la administración de gobierno. El resultado objetivo –basta medir la serie de evolución del PBI en la centuria- es que cuando primó la libertad de mercado, nos transformó en un país crecientemente desarrollado –pese a tener que convivir con dos devastadoras guerras mundiales- y, en cambio, cuando lo hizo el intervencionismo gubernamental, nos condujo al estancamiento, cuando no a la decadencia y -un caso casi único en el mundo- al retroceso.

Pero esta decadencia por descapitalización, se alcanzó no porque se hubiera logrado una “redistribución más justa de la riqueza” –como le gusta aducir a la izquierda populista- sino por el colosal aumento sin sentido del gasto público, el que, precisamente, se incrementó por lustros con el argumento de que era la forma de mejorar las condiciones de los sectores más pobres y el camino para transformarnos en lo que ingenuamente se llamó la “Argentina potencia”. Lo cierto, es que la concentración de la riqueza resultó cada vez más intensa y, también, mayor fue la distancia entre el vértice y la base de la pirámide socio-económica. Por eso, los comentarios siguientes buscan ayudar a clarificar el debate, haciendo ostensible que lo que puede ser bueno para algunos sectores en un determinado presente, puede resultar muy, pero muy, negativo para la mayoría de la población en la generación siguiente.

2. Capitalismo, industria y nacionalismo

En 1880, Franz Mehring y Federico Engels –el coautor junto a Carlos Marx del Manifiesto Comunista-, instalan la palabra “capitalismo” para designar a la política aplicada por los “dueños del capital”[1], es decir, los empresarios propietarios de los medios de producción industrial. Esos autores se referían principalmente al llamado capital “móvil” o financiero, cuya casi totalidad en ese entonces, estaba en manos de prestamistas judíos. Veamos el por qué de ello. Tanto el Talmud como la Biblia prohibían el llamado préstamo a interés, pero los dirigentes religiosos de ese origen interpretaron que el texto permitía el cobro de intereses siempre y cuando el prestatario no fuese judío. Es decir, que la prohibición de cobrar intereses no se basaba en una cuestión esencialmente moral, sino en razón de la solidaridad con su propio pueblo[2]. Esta fue una de las causas de la existencia de ese cuasi monopolio judío en la oferta de préstamos; la otra fue que, muchas veces, un soberano sólo admitía la radicación de comunidades judías en su seno, pero sujeta a condición inexcusable de operar como prestamistas.

Se fue desarrollando así –en una globalización incipiente que se expandió junto con la navegación marítima- el fenómeno “capitalista”, cuya divulgación mundial se hizo posible gracias al espíritu nómada característico del pueblo judío -y a su red comercial en distintos reinos-, que también creó o adoptó recursos e instituciones que hasta el día de hoy se utilizan en el comercio internacional (la moneda, el cheque, la letra de cambio, el arbitraje, la hipoteca, la prenda, la venta a plazos, etc.)[3]. Claro que –como sabemos-, el servicio de prestamista suele resultar comunitariamente antipático, no tanto a la hora de recibir un préstamo, sino a la de reintegrarlo. Y entonces comenzó a considerarse a los préstamos en particular y a los servicios en general, como actividades social y económicamente “parasitarias”. Aparte de esas consideraciones religiosas, mucho tuvo que ver en esta desvalorización de los servicios, la tremenda consideración que Marx le otorgaba al trabajo manual, ya que según él era lo único que le otorgaba valor a las cosas.

Los industriales –prácticamente, en todo el mundo- no permanecieron ajenos a esta antipatía, sobre todo cuando por alguna crisis económica veían reducirse sus ventas y caía su nivel de producción, lo que les impedía devolver los préstamos solicitados en tiempo y forma. A ello, se unió la enorme capacidad de los industriales para contratar masivamente personal, que hizo de las grandes industrias, el factor ocupacional por antonomasia -en la que Alvin Toffler llamó, la “segunda ola”- y le brindó un enorme poder político y mediático al sector. Recordemos que la primera gran empresa, según, Peter Drucker, nació hace apenas un siglo y medio, casi al mismo tiempo en que Carlos Marx incursionaba en la economía política. Así, surgió un verdadero mito económico, que confundió ocupación de mano de obra con desarrollo a largo plazo. Como tantas veces en economía, se confundió correlación –interdependencia entre dos conjuntos de números, tal que cuando varía las cantidades de uno, también varían las del otro- con causalidad –que es relación existente entre causa y efecto-. Y, fue por esa confusión que, Alfred Sloan, el legendario presidente de la General Motors, pudo llegar a decir: “lo que es bueno para la General Motors, es bueno para los Estados Unidos”, mezclando la concurrencia intereses sectoriales con los intereses nacionales y atribuyéndole causalidad a aquellos.

Ese país del norte fue el primer verdadero “mercado común”, dada su enorme extensión, y por ello estuvo en condiciones de liderar el “modelo industrialista”, con sectores protegidos arancelariamente y mercados cerrados. Pero eran otros circunstancias. La hambruna europea y asiática que hizo migrar grandes masas poblacionales –en Ford las órdenes a los obreros, se tenían que transmitir en 50 idiomas-, la industria de guerra y las persecuciones políticas y religiosas. Los partidarios del modelo adujeron que mientras éstas industrias fueren jóvenes es necesario protegerlas, pero resulta que a la industria siderúrgica norteamericana la protegieron –según Milton Friedman- durante 200 años y, como parece que sigue siendo joven, la siguen protegiendo.

Y ese mismo modelo industrialista hizo escuela en países que se sirvieron de similares mecanismos de industrialización y manufactura, aunque aplicándolos en contextos, épocas y mercados diferentes. Muchos políticos de aquél país y de otros, “compraron” ese modelo y en algunos de ellos –como en el nuestro- se constituyó en una suerte de bandera sinónimo de soberanía. Y así, surgió el “modelo” del 2002, creado por Techint e implementado por Remes Lesnicof, Ignacio de Mendiguren –que le vendió su empresa “Coniglio” a una firma extranjera- y Roberto Lavagna, un hombre cercano a la familia Rocca.

3. El modelo “productivo”: la estrategia proteccionista de desarrollo

Aclaremos ante todo, que los industriales que apoyan este modelo “proteccionista” parten del supuesto –falso a nuestro juicio- de que la única riqueza verdadera es la que proviene del trabajo (ya no manual, como decía Marx) industrial –descartan así al sector agropecuario y a sus industrias derivadas, porque eso “es actividad primaria que sólo produce materias primas en beneficio de los países centrales, y les fue dado por la naturaleza”- y agregan un argumento no menor, que “es conveniente que dicha actividad industrial tenga lugar dentro del territorio nacional”, aunque muchos de ellos giren capitales a paraísos fiscales, oasis inmobiliarios o abran subsidiarias afuera. Complementariamente, esos seguidores del mito, suponen que el trabajo intelectual es incapaz de producir valor económico. Resumiendo, se trata de un industrialismo de tipo nacionalista y orientado al mercado interno, que discrimina entre “empresariado nacional” y multinacionales extranjeras, siempre cobijándose bajo el eslogan que acuñara el economista Aldo Ferrer, en su fracasada gestión de 1971-72: “Vivir con lo nuestro”[4].

Al decir de Fernando Iglesias, esta ideología neo-desarrollista o productivista, parte de tres supuestos falsos: 1) el industrial es el sector más dinámico de la economía; 2) los servicios –especialmente los financieros- son parasitarios; y 3) la distinción entre actividades agropecuarias, industriales y de servicios, constituye aún un valor absoluto. “El valor agregado hoy –afirma Iglesias-, es la inteligencia agregada”. Y pone un ejemplo harto ilustrativo: “Una Ferrari pesa lo mismo que un Fiat y es producida por la misma empresa, pero vale noventa veces más”[5], por la inteligencia y tecnología aplicadas.

La 1ª barrera proteccionista: el tipo de cambio, devaluación artificial del peso.

Todo bien tangible importado, sufre un costo adicional al de producirlo: el seguro y el flete –cuya incidencia varía según su tamaño, su peso, su fragilidad o su potencial de obsolescencia-, lo que constituye una protección “natural” para sus similares producidos localmente. A ello, se agregan los aranceles e impuestos. En Argentina, por ejemplo, los bienes importados tributan: una mayor tasa de IVA que los productos locales (31,5% en lugar de 21,5%), el derecho llamado –un poco cínicamente- de “estadística” (3%), y los aranceles aduaneros (que llegan hasta el 35% para productos importados desde fuera del Mercosur).

Pero nuestro lobby industrialista, se las ha arreglado para convencer a la mayoría de nuestros políticos –muchos porque, de esa manera, se aseguran financiación para sus campañas para mantenerse en el poder- que mantener un dólar sobre valuado ayudará a transformar en competitiva a la industria local sustitutiva de importaciones –es decir, casi todos los rubros manufactureros, desde alfileres hasta submarinos-, “tal como hacen los chinos”. Una versión local de “lo que es bueno para nosotros, es bueno para el país”.

Como si eso fuera poco, nuestras autoridades han aplicado un sistema de retenciones impositivas a los ingresos provenientes de la exportación de los productos agropecuarios –los pecuarios fueron directamente prohibidos, para que el índice de precios no aumente, y dicen en el gobierno: “total, los del campo son cientos de miles pero divididos en cuatro entidades, algunas de las cuales son deudoras del fisco y, por lo tanto, fácilmente presionables”-, con el rimbombante argumento de la “redistribución social de la riqueza” pero con la idea solapada de garantizar los ingresos fiscales y asegurar un sistema de subsidios hacia actividades ideológicamente amigas (y verdaderamente se trata de ideología, tal como se puede verificar con las declaraciones del funcionario de comercio exterior, Chiaradía, sobre la Ronda de Doha).

Además, los “productivistas” agregan un argumento harto sensible: “somos el único factor dinámico que genera puestos de trabajo”. Pero se trata de una falacia: ante todo ni es el único y ni es tan dinámico, como lo demuestra Fernando Iglesias y otros analistas. Y, en segundo lugar, su contribución productiva es muy costosa para toda la población que paga sus consumos más caros, para beneficio exclusivo de dicho sector industrial, de su cada vez menor población empleada y de sus proveedores. Porque lo cierto es que, cualquier empresario –y los industriales no son ángeles- fija el precio de sus productos con el máximo beneficio posible que no lo descoloque frente a un competidor y, si éste es un importador que sufre barreras legales, ese máximo beneficio que les permite éstas, es aprovechado en su totalidad, más allá de los discursos industrialistas henchidos de “patriotismo y de solidaridad con los que menos tienen”. Por eso, no han cumplido con el mantenimiento de los precios acordados con el Ministro de Planificación y la suba de precios –de la indumentaria, por ejemplo- sigue campante.

Pero, además de reducir el poder adquisitivo de quienes son retribuidos en pesos, la sobre valorización del dólar por encima del valor que marcaría la relación importaciones-exportaciones-deuda, pone en contradicción a los teóricos del modelo “productivista”: se genera una ola de “desnacionalizaciones” de las empresas de capital local. También se acusó de ello a la política económica de Onganía-Krieger Vasena, con un plan muy parecido al del “productivismo”, pero con menores precios agropecuarios internacionales y tres cosechas climáticamente malas. A nosotros, en Perspectivas Microeconómicas, poco nos conmueve “el nacionalismo a la violeta” (Perón dixit). ¡Ojalá tuviéramos la inversión extranjera directa que tuvo China en los últimos 10 años! Creemos que el capital –sujeto a regulaciones legales y éticas- no tiene nada que ver con el sentimiento nacional.

Pero lo cierto, es que se trata de una contradicción del Presidente con relación a la pretendida formación de una “burguesía nacional” –eufemismo por burguesía amiguista- y hasta del Secretario de Cultura de la Nación, quien se manifestó preocupado porque dos terceras partes de las 200 empresas más grandes de la Argentina son extranjeras.

Los 3 generadores de la inflación de precios

a) Devaluar el peso o encarecer el dólar –es muy parecido, pero no igual-, tiene efectos colaterales: perjudica a los asalariados, a los jubilados y a las personas con ingresos fijos (en pesos), a la par que distorsiona el costo de los insumos importados para todos los sectores de la actividad económica, lo que redunda en aumentos de costos de esos productos[6]. Luego, el numeroso segmento de los perjudicados pugna por reestablecer su poder adquisitivo anterior y los sectores productores incrementan sus precios, buscando también conservar sus mismos márgenes de beneficio, a pesar de esos mayores costos. El final de la historia es un incremento más o menos generalizado de precios por lo que se llama inflación de costos, como la que estamos viviendo.

b) Cuando luego de un período recesivo, se emite dinero para poner en marcha la actividad económica dormida, ello se traduce en un incremento veloz de la demanda de bienes. Sin embargo, no se incrementan en forma inmediata los precios por dos razones: 1) la existencia de una gran capacidad ociosa, no solamente industrial –como es bastante claro- sino también comercial; 2) la recesión sufrida en 2002 creó expectativas pesimistas, que lleva a los empresarios a actuar con más cautela que de ordinario. Sobre todo, los lleva a demorar las decisiones de invertir para ampliar la capacidad de producción o su capacidad de financiación -en cantidad y tiempo-, lo que finalmente concluye en un cuello de botella en algunos sectores, que aprovechan entonces para incrementar sus precios como forma de racionamiento forzoso. Surge así lo que se llama inflación de demanda por insuficiencia de oferta, como la que estamos viviendo.

c) Cuando estas dos variables generadoras de inflación se combinan y aparece un factor precipitante, local o externo (por ejemplo, una disparada del precio del petróleo, una catástrofe natural, una crisis externa o cierta incertidumbre política), aparece el tercer generador de inflación: la inflación de expectativas, como la que estamos viviendo. Más que de la economía, este último aspecto forma parte de la psicología social. ¿Qué ocurre? Si soy productor de bienes, redondeo los costos para arriba; si soy comerciante, subo los precios por las dudas; si soy consumidor, me precipito a comprar –sobre todo en cuotas- y contribuyo a acelerar aún más la demanda, antes de que el precio suba más.

Una trampa forrada de piel: cómo salimos del atolladero

Como las autoridades, durante la aparición de los dos primeros factores generadores de inflación, siguieron emitiendo dinero para poder mantener el dólar alto –aunque mantengan el superávit fiscal y –aparentemente- en orden las reservas internacionales que cubran al circulante-, cuando quieren enfriar o desalentar la suba de precios se encuentran ante una trampa: o frenan la demanda –el segundo generador- mediante un shock que descomprima de las expectativas –el tercer factor-, o bien, buscan actuar sobre las dos causas reales e iniciales de los aumentos, que son las subas más o menos generales de costos –que han aumentado por varias causas: proteccionismo arancelario, dólar sobrevaluado o demandas salariales concedidas- y sobre la concomitante emisión monetaria, necesaria para posibilitar esa sobre reevaluación de los costos.

O sea, o el gobierno ajusta por recesión de demanda y menor empleo, o lo hace por apertura importadora y disminución de la liquidez financiera. Ambos caminos, son políticamente explosivos, especialmente para un gobierno que ha comenzado su cuarto año fatídico, que es el del primer desencantamiento matrimonial con la ciudadanía. Esto lo percibe Lavagna, el implementador del modelo, pero no Curia, el profesor de Kirchner, que quiere “profundizarlo”. De esta trampa no salimos incruentamente. Tarde o temprano estallará. Ni hablar, si a la situación presente se le agrega alguna crisis -o alguna guerra- externa.

A quienes beneficia y “protege” el “modelo productivista”

El Grupo Techint: El jefe del Grupo Techint encendió alarmas por el aumento de importaciones: “Faltan inversiones y más medidas para estimularlas”, dijo Paolo Rocca en un encuentro de Observatorio Pyme –institución de la que es presidente honorario-[7], aunque admitió que las empresas grandes tampoco apuestan lo necesario[8].

El Grupo Techint ya no es un holding argentino –lo que no tendría nada de malo, si es que no se enarbolara permanentemente el argumento de los “intereses nacionales” para conseguir protección, prebendas y favoritismos-, ya que se trasladó a Luxemburgo[9]. Sigue siendo importante aquí y su acción bursátil (Tenaris, es la mayor y mejor empresa según la revista Fortuna, de Editorial Perfil[10]) es una de las más comercializadas en la Bolsa porteña (aunque ahora la empresa líder es Pampa Holding[11]), pero claro, se trata de una Bolsa de Valores más bien chica en términos internacionales (sólo cotizan 103 empresas, frente a 219 en Perú, 245 en Chile y 341 en México)[12]. Después de la segunda guerra mundial –nunca se explicó bien la razón, aunque se supone que por el clima anti-fascista de esos años en Italia-, Agostino Rocca fundó la Organización Techint en nuestro país. A través de continuos privilegios económicos para sus empresas (Siderca, Propulsora Siderúrgica, L.O.S.A. y otras) pero con un claro sentido de industrial moderno, invirtió mucho y generó empresas modelo –con la excepción de no gustarles mucho competir abiertamente, dado que siempre buscaron protección aduanera adicional y exenciones impositivas (o alcanzar con recargos, a los competidores extranjeros)- y así se constituyó en uno de los hombres más ricos de la Argentina y en un emblemático “capitán de la industria”.

Fruto de legítimas ganancias obtenidas durante la vilipendiada década del 90, el Grupo comenzó una gran apertura hacia al exterior, comprando empresas siderúrgicas en diversos países por medio de Tenaris (Argentina) y Ternium (Luxemburgo) por un monto total de más de 11.000 millones de dólares[13], además de adquirir S.O.M.I.S.A. a muy buen precio, en el mercado local (la hoy llamada Siderar). Por su parte, en el 2006 Tenaris ganó más de 2.000 millones de dólares, un 48% más que los casi 1.400 millones del 2005[14] y sus dueños consideraron entonces que Luxemburgo es un centro más idóneo y discreto para realizar ganancias y repartir dividendos y, por otro lado, detectaron que sus privilegios comenzaron a ser cuestionados hasta por los mismos sectores industrialistas (¿recuerdan cuando el máximo directivo de la cámara que reúne a las fábricas de automóviles se quejó de que “no puede ser que el precio de la chapa sea fijado por Techint, sin tener en cuenta los precios internacionales”). Pero no se alejan de la política criolla: la Unión Industrial Argentina, presidida por Juan Carlos Lascurain, cabeza de la lista “inspirada” por Techint para acercarse a Kirchner[15], se expidió pública e imprudentemente por presidir una institución, en contra de Mauricio Macri para las elecciones porteñas.

El Grupo Pescarmona: En un editorial, el director del Diario Perfil, Jorge Fontevecchia, luego de destacar por Enrique Pescarmona “un afecto entrañable”, sostuvo: “Ese cariño hace aún más indigerible verlo cumplir en el precoloquio de IDEA un papel tan alejado del coraje emprendedor con el que siempre encaró su vida”[16]. Unos días antes de ese evento, se publicó que “la Nación financiará en Mendoza, la central hidroeléctrica Portezuelo del Viento, pensada por Pescarmona (a cambio, la provincia desistirá de un juicio millonario contra la Nación). Claro los acreedores del juicio eran los ciudadanos mendocinos y los honorarios de la obra serán para Pescarmona, aunque muchos mendocinos se beneficiarán con ella. De eso se trata, la “distribución social de la riqueza” de la que se ufana el progresismo.

Los productores textiles y de calzado y otros sectores de menor relevancia: Se trata de producciones históricamente protegidas por casi todos los gobiernos, sin discriminar entre aquellos industriales tecnológicamente avanzados, de otros que mantienen maquinarias obsoletas. Recordemos que, durante la década del 40, los industriales textiles argentinos (Córdoba, Teubal, Piccaluga, etc.) se destacaron como titulares de las principales fortunas locales. Posteriormente, cuando la superprotección aduanera fue parcialmente amortiguada –en gobiernos militares-, muchas no pudieron resistir la competencia extranjera –o la de la local que había invertido en tecnologías modernas-; y otras más, eternas proveedoras de reparticiones del Estado, no supieron buscar nuevos mercados, cuando el gasto público entró en crisis.

No obstante, el sector textil ha constituido una organización denominada –irónicamente- Fundación Pro-Tejer, la que, no conforme con la ventaja diferencial del tipo de cambio que les ha sido dado desde 2002, mantiene una activísima política mediática y de lobby, siempre lista para denunciar las “invasiones brasilera y china” de productos textiles, o el eventual “atraso del tipo de cambio”. Ahora, a esa batería se ha agregado “la pérdida de rentabilidad” y se quejan de los incrementos salariales, aduciendo que “el peor escenario, es que los aumentos de salarios terminen beneficiando a la importación”. La institución es presidida por Aldo Karagozian, proveniente de una familia industrial tradicional, productora competente de hilados de muy buena calidad, que ha realizado importantes inversiones en maquinaria de última generación, tanto para su planta local como en la que ha abierto en Brasil.

Sin embargo, como afirmamos antes, la protección arancelaria suele establecerse en función de los productores que, por razones de tamaño o de obsolescencia, tienen los costos más altos, por lo que al consumidor, dicha “protección” le cuesta muy cara. Y pese a que la demanda de productos textiles no puede ser totalmente satisfecha por la oferta local –y por eso, precisamente, han podido subir los precios, muy por encima del aumento de los costos-, se opusieron el año pasado a la importación complementaria de mercaderías, argumentando que fabricarían una “canasta básica” para los pobres a cambio de que se mantuvieran fijas las cuotas y los aranceles de importación[17].

“Recientemente, el Presidente Kirchner envió, por medio del establecimiento de licencias no automáticas para la importación de sweaters, una nueva y clara señal a toda la cadena de valor textil-indumentaria, que estimula la inversión y la generación de nuevos puestos de trabajos”, dijo el titular de la Fundación[18]. Tiene todo el derecho a peticionar por protección en base al lugar de producción, pero –como consumidores-nosotros también tenemos el derecho de oponernos. Y afirmar que, aunque el autor del artículo crea que esta disposición favorece al consumidor, pensamos que se trata de una confusión o una humorada, porque esta medida –que atenta contra la competencia textil por parte de los hipermercados- no reducirá los precios de los sweaters sino que por el contrario, éstos aumentarán, tal como ha ocurrido con las confecciones textiles a pesar de los aranceles y del proteccionismo para-arancelario (lo que resultó la preocupación de Moreno -el Torquemada de los precios-, que amenazó con “reabrir” la importación).

A quienes perjudica el modelo productivista

En primer lugar, a los consumidores en general –que pagan más caros productos y les quita la posibilidad de aplicar esos excedentes al ahorro o a la compra de otros bienes- y a toda la industria transformadora en particular –es decir, provoca una encarecimiento de todos, absolutamente todos, los productos que utilizan insumos importados (que es lo que ocurrió y ocurre con la producción de acero de Siderar).

Los defensores de este modelo “bueno para pocos e inconveniente para muchos”, sostienen que sin estas barreras no habría industria “nacional” y por ende, la desocupación sería socialmente insoportable. Pero se trata de un mito: las industrias con buen mercado interno o externo prosperaban en los 90 (Arcor, Molinos), y por eso vinieron a instalarse, por ejemplo, bodegas chilenas y francesas. Es cierto, su rentabilidad se incrementó más aún con el dólar sobre valuado pero, como afirmamos en varios de nuestros números anteriores de Perspectivas Microeconómicas, ya la industria no es el principal factor de ocupación tal como lo era hasta los años 60.

Hoy y aquí, los principales empleadores de mano de obra son las compañías comerciales (supermercados), las de servicios (cadenas) y la administración pública, tal como ocurre en casi todo el mundo desarrollado: Wall Mart es más grande que General Motors, tanto en volumen de ventas como en número de empleados. Así, la industria del turismo en Punta del Este genera muchísimos más empleos que la cuestionada pastera de Botnia..

Los salarios más altos del mundo se pagan en EE.UU., Japón y algunos países europeos y ello ocurre porque la población desocupada es muy pequeña. Por otro lado, los que tienen mayor ingreso per cápita -como Suiza, Noruega o Suecia- no son precisamente potencias industriales. Las grandes potencias industriales emergentes (Brasil, India, China y Rusia, los promocionados Bric´s), son países de bajos salarios y relativamente alto desempleo. Nosotros no tenemos ni siquiera el tamaño poblacional de esos países, lo que nos provoca un doble inconveniente: poco consumo relativo y escasez de recursos humanos con aptitud laboral. Durante los cinco primeros años de los 90 –con un peso sólo un poco sobre valuado-, suplimos esa escasez con mano de obra importada desde Paraguay, Chile, Perú y Uruguay, porque los salarios eran internacionalmente atractivos. Una parte de esos inmigrantes, se arraigaron a pesar de que los salarios actuales de U$S 300 mensuales no les permiten girar excedentes (mucho más con la inflación real que estamos soportando).

3. El modelo liberal

La estrategia liberal de desarrollo -que los socialistas. expertos, desde Marx, en titular peyorativamente cualquier posición que los enfrente y les permita así enmascarar sus reiterados fracasos en todas partes, hasta en la eficaz Suecia- propugna que los mercados –y las distintas circunstancias económicas- indiquen a los particulares inversores, productores y consumidores, definir qué tipos de negocios conviene encarar. Y sólo necesitan 3 condiciones irrenunciables: seguridad jurídica (normas estables y justicia eficaz), moneda sana (en cantidad y distribución) e impuestos claros (equitativos y generalizados). Lo contrario de lo que estamos habitando. Tenemos justicia cara, lenta y politizadamente dependiente. Tenemos una emisión solapada que da lugar a una inflación larvada. Tenemos impuestos distorsivos (como los del sector financiero, que gravan las transacciones “en blanco” y no gravan las inversiones financieras); otros, decididamente poco equitativos: la medicina prepaga y los equipos e insumos informáticos tributan el 10,5% de IVA y los productos de la “canasta básica” 21%. Tenemos “retenciones” a la exportación, que no se “coparticipan” con las provincias que producen los productos que se exportan.

Una estrategia liberal está orientada hacia un tipo de cambio flexible, porque es el mejor para acompañar las distintas coyunturas, suavizando los costos de la adaptación a esas circunstancias cambiantes, mediante lo que se llama una “flotación sucia” (cabe aclarar, que algunos economistas liberales aconsejan un tipo de cambio fijo o “caja de conversión”, posición que nosotros no compartimos porque siempre terminan explosivamente, principalmente por hechos del exterior).

A quienes beneficia y “protege”

Los principales beneficiarios de este sistema que propugnamos son los asalariados y los consumidores, que ven mejorar sus poder adquisitivo y los estimula a practicar hábitos de ahorro. También favorece a la mayor parte de los empresarios, pues le permite generar utilidades genuinas –no nominales- y los inclina a invertir ganancias y capitalizar sus empresas para mejorar sus productos y competir profesionalmente. Y al Estado, le permite profesionalizarse. Veamos, ¿quiénes están mejor equipadas, las fuerzas armadas chilenas o las argentinas? ¿quién tiene mejor presupuesto educativo, Chile o Argentina?

A quienes perjudica

Una política liberal tiene costos, sólo que son mucho menores que el de los sistemas populistas, productivistas y distribucionistas. Sufren sí, los industriales no competitivos¸ sea que lo sean por falta de inversión o por carencias técnicas. Sufre la mano de obra local de hábitos laborales poco productivos, que no resiste el espíritu de trabajo de los inmigrantes bolivianos o peruanos. Sufren los jerarcas sindicales aburguesados, expertos en lobby y negociados, en su mayoría hombres riquísimos a los que sus afiliados sólo les interesa en la medida que nos los puedan desalojar de un poder autoritario, crónico o vitalicio y hasta hereditario, protegidos siempre por gobiernos de cualquier ideología. Sufre la clase profesional y técnica que no soporta un concurso de antecedentes o una evaluación de su idoneidad y refugia en el Estado su incompetencia y su mediocridad.

Con este largo alegato, pretendemos desenmascarar un mito tradicional que nos viene conteniendo en nuestro desarrollo desde hace seis décadas. Es difícil destruir una mentira un millón de veces repetida, pero podemos debilitarla y que poco a poco, las viejas generaciones se desprendan de ese mito y las nuevas no se infecten con él.
[1] “Los judíos, el mundo y el dinero”, por Jacques Attali, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2005, pg.332.
[2] “Los judíos, el mundo y el dinero”, ob.cit. pg.91.
[3] “Los judíos, el mundo y el dinero”, ob.cit. pg.62-63.
[4] “El fin del industrialismo”, por Fernando A. Iglesias, en Clases Magistrales, Revista Noticias, 24-03-2007, pg.59.
[5] “El fin del industrialismo”, ob.cit. pg.60.
[6] Además, transforma y distorsiona la composición de los costos internos, ya que la incidencia del insumo importado es mayor que el utilizado, por ejemplo, en Brasil y por ello, las firmas transnacionales que operan en ambos países ven dificultadas sus políticas.
[7] La Nación, 11-04-2007, Sección 2ª, pg.3.
[8] El Cronista, 11-04-2007, pg.4.
[9] Con sede en 46A, Avenue John F. Kennedy, L-1855, Luxemburgo, según la Convocatoria a la Asamblea General Anual de Tenaris S.A., Société Anonyme Holding, en La Nación, 27-04-2007, Sección 2ª, pg.4.
[10] Perfil, 03-09-2007, pg.24.
[11] El Cronista, 08-05-2007, pg.22.
[12] El Cronista, 28-11-2007, pg.24.
[13] El Cronista, 02-05-2007, pg.16.
[14] Ambito Financiero, 01-03-2007, pg.8.
[15] Ambito Financiero, 07-05-2007, pg.10.
[16] “La mentira nunca vive tanto como para hacerse vieja”, Diario Perfil, 17-09-2007, pg.72.
[17] “La industria textil, preocupada por las amenazas de Moreno”, en El Cronista, 09-10-2007, pg.2.
[18] “Un nuevo aliento a la inversión industrial”, por Aldo Karagozian, en La Nación, 03-06-2007, Sección 2ª, pg.12.

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