Wednesday, April 11, 2007

Perspectivas
Microeconómicas
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Informe sobre economía, management y negocios - N° 94 – Abril 2007
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¿Es cierto que la
sobrevaluación
del dólar, impulsa
las exportaciones
argentinas?


Un poco de historia

La intervención de los gobernantes en los negocios privados –aún la fundamentada en las mejores intenciones de solidaridad o en aras de un beneficio cultural- suelen ser nefastas para los gobernados, al menos, a partir del mediano plazo. Los aparentes beneficios inmediatos que se pueden obtener –especialmente para los grupos económicos que se enriquecen con los privilegios que esa intervención genera-, terminan siendo pulverizados por la impiadosa fuerza de la economía.

Alrededor de veintitrés siglos atrás, un rey de Egipto, miembro de la dinastía de los Tolomeos -sucesora de Alejandro Magno, quien fundara, a partir de un general lugarteniente, esa dinastía que termina con su última reina, Cleopatra VII-, temeroso de que la exportación de "papiro" -una plancha confeccionada en base a cañas del Nilo-, posibilitara el surgimiento de otras bibliotecas que pudieran competir en contenido y calidad con que contaba la de Alejandría, prohibió su venta al exterior. El papiro surgió -en reemplazo de las tablillas de arcilla- como un medio apto y económico, aunque frágil, para poder escribir. Pero el soberano de Pergamo (Asia Menor), también con inquietudes culturales, no se resignó a esta carencia e impulsó un soporte alternativo para la escritura que, aunque ya se conocía, era más costoso que el papiro: el pergamino, llamado así por la región que lo divulgó. Finalmente, éste desplazó al papiro y monopolizó el medio de escritura hasta que la difusión del papel en Italia –inventado por los chinos mucho antes-, lo desplazó a su vez[1].

Lo mismo ocurrió en la República y en el Imperio Romano, en que las autoridades revendían trigo a precios menores a su costo de producción. Y, en el año 58 a.c., se dictó una ley que concedía a cada ciudadano cierta cantidad de trigo gratuito. La consecuencia fue que los agricultores abandonaron sus campos y se radicaron en Roma sin trabajar y siete años más tarde Julio César descubrió que uno de cada tres ciudadanos recibía trigo del gobierno. Jamás se pudo salir de esta perversión económica, lo que obligó a Nerón y Marco Aurelio a devaluar la moneda y a sus sucesores a instaurar “precios máximos”[2].

El industrialismo patriótico

En la actualidad en nuestro país –y desde hace cerca de seis décadas-, la corriente de pensamiento denominada “industrialismo” o “neo-industrialismo”, pugna por lograr la intervención gubernamental en apoyo de sus políticas proteccionistas, a través de tres significativas medidas: a) elevados aranceles aduaneros; b) crédito subsidiado; y c) devaluación de la moneda local. Este sector industrialista está fuertemente influido –aunque muchos de ellos lo ignoren- por la Teoría del Valor de Carlos Marx, para quien no podía surgir verdadera riqueza si la producción no era consecuencia del trabajo manual, ya que para él las actividades de servicio sólo generan riqueza virtual y, además, incorporan mano de obra artesanal pero no masivamente. Van más allá aún, porque el slogan de la Unión Industrial Argentina sentencia: “Sin industria no hay nación”. Algo así como una especie de “patriotismo empresarial” o del “nacionalismo empresario”, al decir de la revista Edición i[3].

Nadie puede negar el papel fundamental del sector industrial en la economía de una sociedad, como así tampoco el del sector agropecuario. Ambos son pilares de la economía. Pero no los únicos, por cierto. Tampoco son los únicos empleadores masivos, pues gracias al tremendo avance de su misma productividad, han ido disminuyendo su importancia como factores generadores de empleo. Guste o no, cualquiera puede constatar en la lista de las personas y las empresas más ricas del mundo y de su capacidad para incorporar recursos humanos, que ella está nutrida mayoritariamente por actividades de servicios o pertenecientes a la economía de la intermediación y la información.

Las razones de esta confusión económica están nítidamente expuestas por Fernando Iglesias, en un párrafo irónico y contundente: “”El problema con la ideología neo-desarrollista es que se basa en tres supuestos falsos: el primero es que la industria es el sector más dinámico y avanzado de la economía (motivo por el cual la Argentina –donde la producción manufacturera bajó tres puntos porcentuales de participación en el PBI entre 1990 y 2004- es tan rica, y Estados Unidos y Alemania –en los que bajó 5 y 4 puntos, respectivamente- se debaten en la miseria); el segundo es que los servicios, especialmente los financieros, son parasitarios (motivo por el cual Argentina es próspera y Suiza está en ruinas); el tercero es que la distinción entre actividades agropecuarias, industriales y de servicios constituye aún un valor absoluto, cuando su vigencia está, en muchos sentidos, en discusión”[4] (¿en qué sector incluimos a IBM, hardware o software?).

Es que, pese al proteccionismo arancelario que rige fuera del Mercosur y a la tremenda devaluación sufrida en 2002, el sector industrial no ha solucionado el problema del desempleo (aunque es cierto, ha contribuido parcialmente a ello, como lo hicieran los otros sectores en crecimiento). Y no se alcanzarán niveles de desocupación socialmente soportables hasta tanto el sector servicios crezca a niveles semejantes a los de la década del 90. Obsérvese que la industria exportadora sólo generó 66.500 empleos en el 2006, pues el efecto devaluación se va diluyendo por el incremento de costos (en el 2005, se crearon 175.000 nuevos puestos en ese sector), según un informe de la Fundación Crear[5].

Para colmo, la pretensión del gobierno es exportar sólo aquello que no incida en los precios internos o, más bien, en el IPC. Un lujo imposible. Los agricultores incrementaron el área sembrada un 4,4% en un año[6]. Pero, además, hace treinta años que vienen mejorando su productividad: en 1974 producíamos 0,95 por Ha. y en el 2006 un 1,13, es decir que en 32 años ella creció un 18,9% (o sea, un 0,6% por año)[7].

El “devaluacionismo” como herramienta industrialista

Durante muchas décadas, los sectores afines con el llamado “industrialismo” hoy vigente –es decir, partidarios de estimular el desarrollo industrial mediante subsidios directos o indirectos, financiados principalmente por los productores agropecuarios-, sostuvieron las devaluaciones del peso como uno de los más eficientes mecanismos para permitir competir internacionalmente a nuestros productores industriales. Con la devaluación, se reducen los salarios y el gasto público, para beneficio de los sectores exportadores y los gobiernos.

Tal vez, el esquema más serio con que se implementó este tipo de estrategia fue el llevado a cabo por Krieger Vasena, Ministro de Economía durante el gobierno militar de Onganía. Hasta ese momento, las autoridades acostumbraban a manejarse con los denominados “tipos de cambio múltiples”. Así, durante los dos primeros gobiernos de Perón el dólar oficial estaba alrededor de $ 12 (moneda nacional), y se reducía a $ 6 u 8 para cambiar los dólares de las exportaciones agropecuarias. Existían también otra clase de subvenciones: por ejemplo, el dólar para estudiar en el exterior se conseguía oficialmente a poco más de cuatro pesos. Pero el plan de Krieger se asentaba en un solo tipo de cambio con dólar sobrevaluado y -para compensar lo que se consideraba una ventaja inmerecida de los productores del campo- se crearon y establecieron las “retenciones” a la exportación.

Esa estrategia de una alta devaluación compensada, fue copiada por el tandem Remes Lesnicov-Lavagna en el 2002 -pese a haber sido el último, un feroz crítico de Krieger- y, aparentemente, ello ha permitido un despegue exportador sin precedentes en la historia de nuestro país. Y decimos, aparentemente, porque otros países que han dejado revaluar sus monedas, también han conseguido resultados tremendamente exitosos. Hoy Uruguay, por ejemplo, exporta tanta carne como nosotros. Porque si el instrumento fuera tan eficaz, ¿por qué no poner el dólar a 4 ó 5 pesos?

Javier González Fraga, respetado economista –ahora vilipendiado por el “kirchnerismo”, debido a que está enrolado entre quienes impulsan la candidatura de Roberto Lavagna-, apoyó sin retaceos la política cambiaria de Duhalde y Kirchner, y hasta sostuvo que era lógico que hubiera algunos puntos de inflación por encima de lo deseado, por lo menos hasta que la economía se terminara de adaptar al escenario post-convertibilidad. Sin embargo, ahora parece más preocupado.

“Hasta ahora, el BCRA se ha manejado con suma habilidad”, sostiene. Pero a su vez advierte: “En los próximos años el manejo puede no ser tan sencillo para mantener el tipo de cambio, pues el superávit no es tan abundante y será menor la demanda de dinero”. Y ello traería aparejada cierta apreciación cambiaria –o sea, un dólar más barato-, aunque –afirma- “no debemos resignarnos a aceptar la inevitabilidad de ella”. Y para prevenirla, el economista recomienda: 1) aumentar el superávit fiscal; 2) mantener las tasas de interés lo más bajas posibles; 3) flexibilizar la demanda de préstamos en dólares; y 4) alentar la importación de bienes de capital nuevos y usados[8].

Otro de los sostenedores del modelo vigente es Eduardo Curia –de quien se supone, según comentarios, le dio clases particulares de economía a Néstor Kirchner, durante cierto tiempo-, y es casi apocalíptico en su defensa: “dejar apreciar el tipo de cambio, aumentará el desempleo y dañará el poder adquisitivo del salario”[9]. Recordemos que en noviembre pasado ya reclamaba públicamente por el “atraso cambiario y por la política de tasas de interés que lleva adelante el Banco Central”[10]. Resumiendo, ambos economistas ven nubarrones, y no son los únicos.

Para quienes confían en el mantenimiento del actual rumbo de la economía china y de su incidencia en los precios de los commodities, digamos que debieran acotar su optimismo. A las ya anunciadas medidas de altas autoridades de ese país, tendientes al enfriamiento de sus exportaciones y al vuelco parcial hacia el consumo del mercado interno, se agrega su ya conocida estrategia en materia de relaciones internacionales. “La prioridad de China es convertirse en la segunda potencia de Asia”, sostiene Rosendo Fraga. “Después de Asia –agrega-, la prioridad pasa por los EE.UU. Luego, pero en un segundo nivel, se encuentra la relación con la UE y con el medio oriente. Finalmente, en un tercer nivel, están África y América Latina, aquella antes que ésta”[11]. Por lo tanto, no parece que vaya a haber relación “especial” con nosotros y encima, como decimos más abajo, ya no tenemos el tremendo superávit del 2003 al 2005, y actualmente nos compra por un valor casi equivalente a lo que nos vende.

La colosal inversión extranjera en China y la fenomenal tasa de ahorro de su pueblo, ha generado una excepcional demanda de bienes, tanto para abastecer sus exportaciones como el consumo interno, y ha hecho posible la inflación mundial de precios de los commodities, la que, parcialmente, se vuelca hacia otros productos. Esto provoca inflación importada en casi todos los países, aunque con diferente intensidad. Sólo que en la Argentina, el tema se agrava por la falta de esterilización de sus agro dólares y por la expansión del circulante y el gasto público.

El muy eficaz lobby industrialista, por su parte, busca instaurar la idea de que la desocupación estructural, pobreza y la indigencia que todavía vivimos, han sido consecuencias naturales de una política aperturista. Pretenden confundir al público menos informado que no suele discriminar entre convertibilidad cambiaria fija o el exceso de endeudamiento –las verdaderas causas de esa situación-, y la moderada apertura aduanera implementada para los países del MERCOSUR, vigentes en los 90. Lo cierto es que al presente, pretenden que, antes de hacer las inversiones, se les asegure el mercado consumidor.

La realidad de los resultados

Según un informe de la Organización Mundial de Comercio, Argentina cayó desde el puesto 42 al 46 en el ranking del comercio mundial, ya que -entre el 2002 y el 2006- las exportaciones crecieron sólo un 78%, lo que representa el desempeño más bajo de toda Latinoamérica[12]. Y no ahora, sino en septiembre de 2006, el economista Miguel Angel Broda ya alertaba: “Se observa en 2006 una fortísima desaceleración en el ritmo de crecimiento de los volúmenes exportados y, además, se desaceleraron las exportaciones industriales, que cayeron un 5% (con la excepción del sector automotriz que creció un 45%)”[13].

Llama la atención, por su contundencia, la opinión, también crítica, de José Luis Espert[14]: En el siguiente cuadro, el economista identificó tres períodos de crecimiento económico general -en los que midió el comportamiento de la cantidad en unidades, de los productos exportados- y que fueron acompañados, además, por el crecimiento de las exportaciones:

----------------Productos--Manufacturas--Manufacturas--Combustibles----Total de
-----------------Primarios-agropecuarias---industriales--------------------exportaciones

1976-79 --> 12,9% ---> 28,2% ----> 13,3% ----> 17,7% ----> 18,2%
(Tablita)
1993-98---> 9,5% ----> 9,9% -----> 20,2% ----> 21,5% ---> 13,6%
(Convertibilidad)
2003-06--> 7,9% ----> 11,7% -----> 10,6% ---> -11,2% -----> 8,2%
(Sobrevaluación)


Se puede observar que, en cantidades, se produce un claro retroceso en los 4 sectores analizados y, en consecuencia, en el total de exportaciones. Y, lo peor de ello, es que se trata de una tendencia a contramano de lo ocurrido con el promedio mundial para esos mismos períodos: 7,6% en el primero; 7,5% en el segundo y 9,3% en el último.

Por eso, Argentina ha perdido participación en el comercio mundial desde el año 2001 hasta el 2006. Mientras que entre esos años China aumentó sus exportaciones un 29,1%; Chile un 26,4%; India un 20,9%; Brasil 18,9%; Sudáfrica 15,3%, Australia 13,9%; Uruguay 13,8%. Argentina sólo las incrementó un 12%[15].

“La ilustración más elocuente del fracaso de las políticas devaluacionistas como herramientas exportadoras –sostiene el economista Juan J. Llach-, lo da el comercio bilateral con Brasil: la política [supuestamente] “anti exportadora” brasileña –con una incesante apreciación del real- y la política [supuestamente] “pro exportadora” argentina –la denominada “devaluación competitiva”- no impidió que se acumulara un déficit de U$S 3.270 millones en nuestra contra, déficit que lleva ya 44 meses sin interrupción”.

“Para igualar la performance de Brasil en materia exportadora –sostiene-, las exportaciones argentinas deberían crecer un 21% anual, durante los próximos tres años[16]”. Mientras tanto, nuestro vecino –a pesar de su súper Real- sigue siendo nuestro principal proveedor externo (36% del total de importaciones) y, a la vez, nuestro principal cliente (15% del total de exportaciones). En cambio China –con su moneda devaluada- ha logrado que los 1.800 millones de dólares de superávit que teníamos, baje a menos de 100 millones[17].

En el año 2006 las exportaciones argentinas pasaron los 46.500 millones de dólares, un 75% más con respecto al 2001, y un record en toda su historia económica. Pero el comercio mundial lo hizo en un 87% (mientras Brasil las incrementó un 136% y Chile un 144%). El 52% de las exportaciones fueron productos agrícolas o agroindustriales; un 32% estuvo constituido por manufacturas industriales; y un 16% por combustibles y productos extractivos[18].

Aún en el mercado interno, los beneficios de esta política no son tan relucientes como la propaganda oficial –hábilmente dirigida a los títulos “sugeridos” a la prensa- nos muestra. Según el INDEC, tomando el primer trimestre del 2001 como un valor igual a 100 –o sea, cuando ya estábamos en recesión pero antes de la debacle de fines de ese año-, el Estimador Mensual de la Actividad Económica (EMAE) era a fines de septiembre pasado un 121,7; el Estimador Mensual Industrial (EMI) un 128,6; el Indicador Sintético de la Actividad de la Construcción (ISAC) un 147,8; y el Indicador Sintético de Energía (ISE) 117,8[19]. Salvo la construcción, ninguno de los indicadores superó un crecimiento del 30% en cinco años.

Por su parte, si consideramos los 14 años que van desde 1993 a 2006, el PBI creció un 2,8% de promedio anual; las importaciones un 5,7%; el consumo privado el 2,2%; el consumo público el 1,5%; la inversión bruta fija un 4,3%; y las exportaciones un 14,1%[20]. Un resultado bastante pobre, por cierto. Y, en materia de exportaciones, ellas se concentran en pocos rubros, pocas empresas y menor participación en el comercio internacional. Actualmente exportamos casi igual que Chile y menos carne aún que Uruguay. Realmente desalentador.

Conclusión

Resumiendo, este modelo de tipo cambio sobrevaluado obliga a absorber permanentemente el excedente de dólares del intercambio comercial y va perdiendo con el tiempo intensidad en la artificial protección aduanera –sea por mayores costos de energía, alzas salariales u otros incrementos de precios de insumos-, lo que obliga a nuevos intervencionismos regulatorios o la implementación de mayores barreras aduaneras. La inflación presente, no sólo se ha constituido entonces en un factor nocivo que impide mejorar los índices de pobreza, sino que perjudica además las ventajas comparativas con el exterior de la producción argentina. Juan Llach nos recuerda al respecto que, entre los 181 países considerados por el FMI, sólo 16 –todos de muy baja calidad institucional- tuvieron mayor inflación que nosotros.

En la contemporánea economía de la información, las devaluaciones tienen cada vez menos incidencia sobre el comercio exterior y producen cada vez menores efectos protectivos de la industria local. El desarrollo de nuestro país se debiera asentar –a nuestro modo de ver- en tres pilares: agro, industria e intangibles. Para optimizar esta conjunción, nada mejor que dejar flotar el tipo de cambio (neutralizando cambios bruscos o especulaciones cambiarias). Porque es la forma de adaptación más rápida y con menor cantidad de daños frente a las adversidades que tanto la naturaleza como la situación política internacional nos puedan imponer periódicamente. El discurso “industrialista” y el tipo de cambio “recontraalto” tienen un atraso de medio siglo. El mundo cambió. Ahora, el valor agregado lo brinda el conocimiento y sus virtuosas consecuencias: la tecnología y la innovación. Estos dos instrumentos permiten mezclar y complementar insumos, tanto tangibles como intangibles, en proporciones óptimas para generar un valor agregado tan alto como nunca fue posible antes. Y valga el ejemplo de Fernando Iglesias para demostrarlo: la marca Coca Cola y su fórmula, son dos elementos intangibles de un valor muy superior al de todas las fábricas y embotelladoras del mundo, de esa bebida[21]. Conviene pensarlo y no embarcarse, tozudamente, en políticas que tienen mucho sentimentalismo y poco futuro.
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Abril de 2007

[1] “Una historia de la escritura”, por Alberto Manguel,
[2] “4.000 años de Controles de Precios y Salarios”, por R. Schuettinger y E. Butler, Editorial Atlántida, 1979, pg.38.
[3] “La globalización es puro cuento”, 10-08-2005, 25.
[4] “El fin del industrialismo”, por Fernando Iglesias, Revista Noticias, 24-03-2007, pg.59.
[5] “Las exportaciones generan más empleo pero no mejora su calidad”, por Alejandro Bercovich, 27-03-2007, pg.7.
[6] Ambito Financiero, 26-12-2006, pg.5.
[7] El Cronista, “Las leyes económicas del “kirchnerismo”, por Sergio Serrichio, 13-12-2006, pg. 11 y “Cada vez más ganaderos se pasan a la soja”, por Paula López, 13-12-2006, pg.10.
[8] “La no apreciación del peso”, por Javier González Fraga, en El Cronista, 13-11-2006, pg.16.
[9] “Enfriar equivale a cambiar el modelo”, por Eduardo Curia, en La Nación, 18-02-2007, Sec.2, pg.14.
[10] El Cronista, 18-11-2007.
[11] “América Latina no es una prioridad estratégica para China”, por Rosendo Fraga, en El Cronista, 6-2-2007, pg.14.
[12] “Argentina bajó cuatro puestos en ranking mundial de exportadores”, por Alejandro Bercovich, en El Cronista, 10-11-06 pg. 11 y Ámbito Financiero, 27-11-06, pg.7.
[13] “Las fallas del sector exportador”, por Miguel Ángel Broda, en La Nación, 17-09-2006, sec.2, pg.8
[14] “La pobreza exportadora argentina”, por José Luis Espert, en La Nación, 17-12-2006, 2° Sec. pg.8.
[15] ¿Llega el despegue exportador?”, por Juan José Llach, en El Cronista, 27-2-2007, pg.12.
[16] “La Argentina, Brasil y sus divergencias en crecimiento e inflación”, por Juan J. Llach, en El Cronista, 13-02-2006, pg.14.
[17] El Cronista, 29-11-2006, pg.10.
[18] Economía y Regiones, en Noticias, 24-03-2007, pg.46.
[19] Econométrica S.A., Informe a diciembre de 2006.
[20] Econométrica S.A., Info.cit.
[21] “El fin del industrialismo”, art.cit.

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